Eduardo Frei: El rey airado
Por primera vez ese hombre tranquilo que hizo casi siempre lo que debía hacer, es un rebelde. No deja de ser una sensación nueva que no puede dejar en su fuero interno de gozar intensamente.
Por primera vez ese hombre tranquilo que hizo casi siempre lo que debía hacer, es un rebelde. No deja de ser una sensación nueva que no puede dejar en su fuero interno de gozar intensamente.
¿Ni de derecha ni de izquierda? No. Muy de derecha y muy de izquierda, pero nunca donde los demás lo esperan. Ese es el voto de Parisi: un grito de independencia radical que, como la Penélope de Serrat, mira a los candidatos que llegan sonrientes a la estación y les dice, uno tras otro: “Tú no eres el que espero”.
La política, que por un momento pareció un reality con demasiados concursantes, volverá a ser bipolar, predecible, controlable. Se acabará esta proliferación de personajes que saben que van a perder pero insisten en estar ahí, como si la condición misma de su existencia fuera la visibilidad.
Noguera representaba muchas cosas que yo solía mirar con desconfianza: la Universidad Católica, el teatro serio, la solemnidad escénica. Pero bastó un minuto de conversación para que todo eso se desmoronara. Su sencillez era radical. No fingida, no resignada: una forma de inteligencia.
El honestista hace bien en llevar de vez en cuando a políticos a los tribunales. Pero no debe olvidar que la política no es un tribunal, y que, sobre todo, no pretende ser justa.
Pardow, al menos, tuvo la valentía y la honestidad intelectual de pasar al otro lado del mesón y hacer política en vez de comentarla desde las alturas —muy relativas— de la academia. Le fue como le fue. Lo contrataron por su perfil técnico, confiable, informado, trabajador, sistemático. Y fue ese perfil el que selló su final.
Que este noticiero con títeres, que siempre se burló de las noticias, sea noticia, habla quizás de la naturaleza misma de esas noticias que giran desde hace años entre el apocalipsis y el freak show, entre la falsa seriedad de los candidatos y la falsa frivolidad de los matinales, en este ambiente de urgencia innecesaria donde todo se muestra pero nadie nos ve.
La escena retrata una política chilena que juega su propia "tercera vuelta": mientras la oposición sueña con terminar de ajustar cuentas con el Frente Amplio, el Gobierno busca amarrar su legado. En ese juego, el estilo importa tanto como el fondo. Una cosa es interpelar a un adversario con datos; otra es salirse de madre.
La clave que impulsa a la presidenta Bachelet a alcanzar espacios de relevancia siempre creciente parece estar en el ninguneo que ha acompañado toda su vida política. El famoso “femicidio político” que denunció al inicio de su primer mandato resume bien esa sensación.
La serie quiere dejarnos claro, casi a gritos, que el fascismo es posible, probable, que vuelve o que nunca se fue. Quiere subrayar que es violento, machista, corrupto y vil. Pero no lo sugiere, lo machaca: lo repite y lo vuelve a repetir tantas veces que uno empieza a dudar si será tan así.