Ni Kast ni Jara
No se trata de izquierda ni de derecha. Se trata de sensatez. De volver a mirar el país con cabeza fría y manos firmes.
No se trata de izquierda ni de derecha. Se trata de sensatez. De volver a mirar el país con cabeza fría y manos firmes.
Existe una frase que resume muy bien lo ocurrido hasta hoy con la tramitación de la Ley de Presupuestos 2026: “no malgastes tu voz en quien solo escucha para responder, no para entender”.
En pleno 2025, seguimos llorando a un niño al que el Estado no protegió. Un niño que no le importó al Gobierno, ni a su flamante -y tan publicitado- Ministerio de Seguridad Pública.
Esa es la verdadera “apropiación cultural” de nuestra política: cuando se imita al adversario, se absorbe su estilo, se quema la identidad y se cree que la estrategia puede reemplazar la convicción. En pocas palabras: marketing político, cero contenido.
Cuando la política se vuelve rehén del miedo a debatir -a responder preguntas complejas, mostrar experiencia o equipos- deja de ser política y se transforma en marketing.
Mientras el Presidente y sus ministros insisten en hablar de respeto a la institucionalidad, son ellos mismos quienes, una y otra vez, socavan sus cimientos.
La pregunta no es quién dirige TVN, sino para qué existe TVN. Si es para seguir siendo un botín político, más vale sincerar las cosas: el canal no tiene futuro. Pero si de verdad se quiere un medio público robusto y moderno, el primer paso es cortar con la lógica de favores políticos y poner a gente que sepa de televisión, de gestión y de audiencias.
El principal obstáculo para acceder a una casa propia no es el dividendo, sino el pie inicial, equivalente a prácticamente un 20% del valor de la propiedad. Miles de familias podrían pagar mes a mes una cuota de crédito hipotecario, pero quedan fuera simplemente porque no logran reunir ese ahorro inicial.
Hoy miramos atrás y la pregunta es inevitable: ¿podemos recuperar ese orden perdido, esa institucionalidad que alguna vez fue motivo de orgullo? La respuesta no está en refundar todo de nuevo ni en abrazar los extremos —ya sabemos a dónde llevan esos experimentos—, sino en recuperar la seriedad de la política, la responsabilidad en el uso del poder y la confianza en que las reglas están para cumplirse, no para acomodarse al humor del día.
En tiempos de crisis no necesitamos discursos vacíos ni guiños a la galería, y mucho menos callar —o excusarse de un debate— o intentar saltarse las reglas del sistema político. Necesitamos a quien ya ha demostrado que sabe, puede y quiere hacer las cosas bien.